Entendemos por resilencia la resistencia frente a la adversidad y la capacidad para construir conductas vitales positivas, de manera que se llegue a conseguir una calidad de vida óptima.
Una forma de afrontar los problemas que pueden aparecer en la adolescencia es mediante el desarrollo de una buena resilencia.
Esto se consigue ampliando los enfoques de protección y proporcionando un punto de vista diferente y esperanzador de la forma de afrontar las situaciones adversas.
La resilencia varía durante toda la vida, ya que es un balance entre factores de riesgo, factores protectores y la personalidad de la propia persona, por lo que hay que trabajar en ella de una forma constante.
Para medir la resilencia podemos tener en cuenta variables como los síntomas de salud mental, la conducta de adaptación social, la competencia social, la autorregulación de habilidades, el autoconcepto, la inteligencia, los eventos negativos de la vida y el soporte social.
También es necesario conocer como la persona ha reaccionado ante situaciones adversas previas, esto podemos hacerlo mediante el conocimiento de sucesos vitales estresantes previos.
Para evaluar los recursos del adolescente tenemos que conocer datos sobre su inteligencia, la autorregulación de habilidades emocionales y cognitivas y su autoconcepto.
Se ha visto que los recursos internos y el soporte social de un individuo son buenos predictores de la resilencia.
Cardozo, G., & Alderete, A. M. (2009). Adolescentes en riesgo psicosocial y
resiliencia. Psicología desde el Caribe(23), 148-182.ç

